sábado, 26 de noviembre de 2016

LOS PASEOS DE DONCAMILO-Capitulo I

ESPACIO Y TIEMPO

DonCamilo había empezado a preparar su paseo diario. Andresito ya tenia sus baterías instaladas, la una en su habitáculo de su lado derecho y la otra, la de reserva, en el bolsillo de su mochila, todo esto insertado en un carro, como de esos que se lleva al súper para hacer la compra del día, solo que mas pequeño y de las medidas oportunas para que el compresor, que Andresito era eso, cupiera, exactamente, en su base, al objeto de que cumpliera las funciones a que estaba destinada con la mayor eficiencia y menor coste de trabajo para que la persona, que la usara, hiciera el menor esfuerzo posible. Así mismo tenia unas tomas laterales, para aspirar el aire exterior y los hacia pasar por filtros donde quedaban las impurezas y , por una boquilla frontal, lo enviaba hacia un conducto de plástico, incrustado en esa boquilla, el cual unía a DonCamilo y Andresito al inicio del aparato respiratorio del primero, su nariz. Andresito y DonCamilo, ya estaban conectados y dispuestos a dar su paseo diario.
DonCamilo tiró de Andresito del mango del carrito y fue a por la mochila donde se encontraba Nikonita, su cámara fotográfica. Revisó la mochila y visto que estaba todo lo necesario, añadió una botella de agua mineral y se la colgó a la espalda.


Llevaban un rato andando y tenían que descansar.      
Para coger resuello se detuvieron y DonCamilo le comentó a Andresito. Si tu no estuvieras aquí, yo no podría seguir, me costaría mucho trabajo y tiempo recuperar el resuello o nunca mas podríamos salir juntos. Andaban por un camino bien asfaltado, a su izquierda había un enorme olivar, La Lola la llamaban los mayores del lugar. Sus Olivos, centenarios parecían que se movían al unísono, a medida que avanzábamos, paralelamente a ellos,dibujando, en perfecta simetría , una cuadricula hasta donde llegaba su ocupación en el terreno. En su final, sus puntos de fuga, se movían helicoidalmente al mirar al fondo según caminábamos. Al borde del camino, una linde, que hacia de frontera, apoyada en una cuneta por donde el agua buscaba su espacio en el cercano arroyo. Las esparragueras, cabezuelas, hinojos, cardos y otros arbustos, vistosos los unos y olorosos los otros crecían en todo lo alto de aquella linde. Predominaba el color Amarillo ocre, propio de estos andurriales, secos y soleados del mes de octubre. Algunas matas de corte bajo se apretujaban entre las plantas mas altas y daban ese fuerte olor característico del monte bajo. Volvieron a detenerse para que DonCamilo respirara a pleno pulmón, bueno, a lo que le quedaba. y Andresito, cada vez que aspiraba DonCamilo, él hacia un ruido sordo, con afán, como preparando la próxima inhalación que volvería a hacer, cada vez con menos intervalo de tiempo y con menos fuerza.

DonCamilo se sentó en una piedra al lado de Andresito. Su mano izquierda apoyada en el agarradero que servia para tirar del carro en el que la maquina de respirar estaba montada. La mirada perdida en el cerro del otro lado del camino. El Sol, entre rojo y amarillento, posado sobre el alto de aquel cerro alargando la sombra de las piedras como Andresito alargaba la vida de DonCamilo. Un almendro, estéril en su fruto, daba una sombra larga y tan estéril como las almendras que nunca dio. DonCamilo se dio cuenta de que aquellas sombras necesitaban que alguien las perdurara en el tiempo. Ajustó a Nikonita e hizo una serie de disparos a ese entorno que él había tenido en su retina. El Dios sol ya había penetrado en el seno de la tierra por la cima de aquella loma. Nikonita estaba preñada de belleza que pronto podría dar a luz para recuerdo de aquella tarde. El cerro quedó libre de la carga del sol y solamente se veía el leve resplandor que el astro dejaba en su retirada. DonCamilo, pensó que ya era hora de regresar a casa, guardó en su mochila a Nikonita, se levantó de aquella piedra y empezó a desandar aquel camino asfaltado, el de “La Lola”, con muchísima parsimonia, tirando del carro de Andresito. 

Su cabeza agachada mirando al suelo le hacia recordar una puesta de sol, esa puesta de sol.