EL PRIMER AMIGO
El día siguiente a su llegada se despertó a causa del movimiento de muebles que retumbaba en su casa. Miraba a todos lados, todo le era extraño. Bostezó, se encontraba en “estado de coma profundo”. ¿Cómo en un chico tan pequeño, se podía almacenar tanto sueño? Oyó una voz conocida a modo de orden “¡Quieres lavarte ya u os esperamos todos a mañana!” Se dirigió a lo que parecía el aseo, acertó. Era pequeñísimo, como él decía, pero al menos tenía inodoro. Sus padres le habían liberado, con este piso, de muchas cosas. Ya no tendría que buscar, en el corral, un lugar en donde no le pudieran ver desde otro. Después se tendría que ocupar de encontrarse con algún hueco que estuviera limpio. Y no ya no debería mantener el equilibrio sobre sus dos pies para no caerse sobre alguna sorpresa no advertida. Observó que había un lugar donde colgaba: Era como una tapa de una cajita, de la cual pendía una barrita en forma de L acostada. Ya no tendría que llevarlo en la mano y nadie sabría a donde iba. ¡¿Pero que estás mirando?! Otra vez la misma voz y la presencia de la dueña de ella, aparecieron en la puerta. Era su madre. ¿Quién sino iba a ser? Salió de su ensimismamiento y no sabía que hacer. Su madre le sacó de dudas. Le tomo de la mano y con la otra le hizo acercarse al lavabo cogiéndole la cabeza. Le arrimó todo lo que pudo y mojando el pico de una toalla le restregó la croa con agua que emanaba de una fuente que había sobre esa palangana tan peculiar. Se puso de puntillas, entre sus ganas de observar y los empellones del cuello de su madre, tirando hacia arriba. Tenía un tapón, la porcelana. Era negro y colgaba de una cadenita de la parte de arriba de la palancana, sujeta con una especie de tornillo que daba vueltas hacia todo los lados. Ahora le tocaba secar la cara y en eso su madre era un autentico verdugo. Le restregaba al tiempo que murmuraba, no se sabía qué, solo se la entendía “limpio”. Se la oyó decir “Hale, ya estás” y desapareció. El muchacho, porque no le gustaba que le llamaran niño (le hacía más “pequeño”) tiró de la cadenita y el agua se escapaba por ese agujero. Enseguida, en un acto reflejo, se agacho a mirar debajo de lavabo. Mientras se oía el agua correr, él no veía ninguna mancha en el suelo de la casa. Verás cuando lo cuente a mis amigos.... ¿pero cuando me llevarán? Y se sintió triste.
La voz de su madre se oyó de nuevo, “El desayuno en la mesa”. Se fue a la cocina, donde salía la voz. Allí tenía un tazón de leche ensopada con el pan duro de ayer, calentita y dulzona, como cada día. Era lo único que notaba que era lo mismo que la jornada anterior. Bueno eso, las voces de su madre y los restregones en la cara que notaba cada vez que ella le lavaba, y eso era muy a menudo, incluso cuando ya él se ya se había aseado. Nunca le gustaba, a ella, como quedaba cuando lo hacía solo. Hoy no le tocaba peinarse, pensaba, pero no lo quería decir por si se encontraba con un bofetón. -Mamá, me voy a la calle a ver quién hay-le dijo. Encontró la respuesta que esperaba ¿y quién va a haber, si no conoces a nadie? Espera que baje contigo. Los dos descendían por la escalera y a la mitad, su madre le clavó los ojos, él se sintió crucificado o a punto de serlo, se preguntó qué que habría hecho ahora. ¿Es que no puedes decir que te peine, no puedo estar en todo contigo? Ya lo sabía. Pero.... no pudo decir más. De un empellón le dirigió de nuevo escaleras arriba y le peino. Sentía que le clavaba las púas del peine, pero ¡cualquiera se quejaba!
Abrieron la puerta del portal de acceso a la escalera y solo encontraron a un niño sentado en una hamaca en el otro portal, a la izquierda de donde ellos salían. Se acercaron a él y su madre le preguntó ¿Puede mi hijo quedarse contigo? Claro, señora, yo estoy aquí todo el día, estoy enfermo, ¿sabe usted? Y me tiene que dar el aire pero sin jugar. Y ¿qué te pasa? Le preguntó su madre. Dicen los médicos que tengo que hacer reposo, yo no lo sé, le contesto el otro niño.
Buenos días, se oyó de un piso de más arriba. Instintivamente todos miraron hacia arriba. Es mi madre, dijo el niño de la hamaca. Buenos días, contestó su madre. Y la de arriba pregunto a su hijo, ¿tienes hambre, ya? Ya es la hora de almorzar. Todos los de abajo entendieron que la señora iba a bajar a su hijo un bocadillo. La señora de arriba, que ahora estaba abajo, tendió sendos bocadillos, no muy grandes a su hijo y a su nuevo compañero, el cual se sentó a la izquierda de la hamaca, en un escalón que hacía el escaparate de una droguería, que como era tan pequeño, el niño, no lo ocultaba a la vista de los posibles clientes, según dijo el droguero que salió al ver a dos clientas nuevas, en potencia.
La madre del niño de la hamaca, dijo que tenía mucho que hacer (después de 1 hora que llevaban hablando) y dirigiéndose a nosotros dijo: Luego, cuando mi hijo se tenga que subir a tomar sus medicinas, te subes con él, a jugar. Entonces volvió a sonar la voz: Si su hijo quiere y tiene ganas, luego, esta tarde, sobre las cinco, se puede venir a jugar con mi hijo. Asintieron todos y la otra señora dijo: Vale, que venga, yo me asomaré a esa hora y bajo a por el niño para que sepa donde vivimos y venga cuando quiera. Esto sonó a modo de despedida y todos nos fuimos a nuestra casa. Era la hora casi de que volviera de trabajar el padre de DonCamilo niño.