DE CUANDO DONCAMILO FUE DONCAMILO
fotografía de chusargo |
DonCamilo seguía
acariciando a Pelón mirando, con interés, a un lienzo, que tenía
principiado sobre el caballete. Se estaba poniendo las manos
perdidas de pintura y su pensamiento vagaba por el entorno de su
estudio. ¡Joder! exclamo cuando se había dado cuenta de que no podía
coger con la mano ni un mísero lapicero con el que tomar notas.
Pelón fue al suelo, lejos de las manos de DonCamilo, entre “contra
el suelo no”, “que golpe..., que golpe”, rebotó varias veces
en el suelo del estudio, ora de pelos, ora de mango, ora en plano. Ya
quedó en estado de equilibrio, tranquilamente tumbado en el suelo.
DonCamilo con la punta de los dedos, índice y pulgar, cogió a
Pelón, no sin dificultad, cuidando de no ensuciar el mango y el
suelo, por lo que le convenía, claro. Metió de cabeza a Pelón en un frasco que contenía aguarrás. Mientras, con un trapo húmedo,
limpiaba el mango de Pelón. -Menos mal que lo está haciendo con un
poco de delicadeza-pensó para sus adentros. DonCamilo le miró con
ternura, como si estuviera leyendo su pensamiento, al mismo tiempo
que le pedía perdón.
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Sus pensamientos se fueron
hacia unos un tiempo pasado. Le dejaron solo, sin familia. Sus hijos
no le veían. Menos uno, el resto se habían casado y no le permitieron
ir a sus bodas. La venganza de su “contraria” estaba surtiendo
efecto. Su hijo menor, al que todos los días le llevaba al colegio,
antes de dormirse, por que su trabajo era nocturno, ya no acudió a
la cita diaria. Su teléfono ya no existía. Aquel teléfono que era
la forma de contactar con él ya no lo tenía. DonCamilo se quedo con la tarjeta de prepago que había le comprado. Su único hijo, de cinco años, también le había
abandonado. Solo le quedaba un recurso. Rehacer su vida.
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Tenía
un coche portentoso, enorme, de los que no se producían y con todos
los avances que en su época le permitía el tiempo de fabricación.
Era un coche grande como él solo, de esos que cuando circulaban por
las calles de su ciudad, parecía que dijera “aquí estoy yo”.
Era el único vehículo a su alcance en el concesionario. Fue a verlo un
viernes por la tarde, cuando sus hijos, todavía solteros, fueron a
requisárselo por mandato de su madre. Era lo único que le quedaba.
Un coche pequeño que todavía no había terminado de pagar. El lunes
síguente ya tenía otro con el que podía ir a trabajar en las afueras de Toledo.
Cada paso que daba, a
DonCamilo le venía algún recuerdo a su cabeza. Pero bueno, pronto
reharía su vida. Le pusieron debajo de la ventana de su alcoba
una mesa camilla muy coqueta, con sus faldillas azules de paño, como
requería el invierno. DonCamilo tenía un radiador pequeñito de
estatura, con dos elementos que le servía perfectamente para meterle
en el hueco habilitado para un brasero. Miró al radiador y pensó,
con orgullo, que quedaba que ni pintado, bajo la mesa. Observó que
la silla era un poco baja y tenia las piernas encogidas y los brazos
estirados. No estaba cómodo, vaya. Solucionó el tema con un cojín,
de los muchos que había por la casa (gordo) y ya estaba el asiento a
su gusto y comodidad. Pero no para su hermana que apareció con otro,
igualito, que hacia juego con la mesa. Estaría bueno que no pusiera
su opinión en forma de cojín.
El ordenador lucía
perfecto sobre la mesa cubierta de azul. Era de color rojo. Se sentó
en su silla, le abrió la tapa, enchufó el cargador y le dio al
interruptor. Su labor de rehabilitación había comenzado.
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